Llevaba un tiempo rondándome por la cabeza una mezcla de gustos y conceptos. Para mejor o peor, este es el resultado que he obtenido.

Siempre me han gustado los libros de anatomía antiguos, donde se ilustraban los órganos segmentados para poder mostrar mejor su funcionamiento y las diferentes partes que los componen. Antes había serias dificultades para poder documentarse sobre el cuerpo humano, y encuentro cierto encanto y fascinación en esos dibujos que intentaban resolver los misterios que escondemos en nuestro interior.

Me hace gracia que desde hace tantos siglos y con la de órganos que tenemos, sea el corazón el elegido como el origen de nuestras emociones y de donde nace el amor. Supongo que porque es en el pecho donde sentimos una pequeña presión o por cómo nuestros latidos se aceleran cuando estamos cerca de la persona amada. Nadie se sujeta la cabeza cuando piensa en alguien que nos gusta o que queremos. Todos (especialmente las féminas) nos llevamos las manos al pecho o intentamos abrazar algo (un almohadón, un gato, a nosotros mismos) para saciar esa necesidad inmediata de contacto que nos coge de repente cuando estamos enamorados o cuando algo nos produce ternura.

Sea o no nuestro foco emocional, el corazón, el órgano, no es demasiado estético. Alguien dijo una vez que se parece más a un puño envuelto en sangre, y bueno, la verdad es que se asemeja más que a esta forma ❤. Y aunque en sus orígenes no tenía tal significado, hoy en día está claro que este es el símbolo del amor romántico. En San Valentín se ve tremendamente claro. Las bomboneras, la joyería, las postales… todo comparte esta forma de ‘corazón’.

Entonces, ¿porqué no darle a nuestro corazón, órgano del que fluye el amor, la forma del símbolo que lo representa?

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